lunes, 24 de abril de 2017

El fantástico hombre bala














Esa noche actuaba. Llevaba semanas preparando cada detalle. De pronto, en su cabeza, encajó todo. Todo lo que en los últimos dos meses le tenía un poco descentrado. Una luz que ordenó cada hecho. Últimamente, Félix iba mucho por el piso. Las últimas veces ya estaba allí cuando él llegaba de ensayar su gran número. No le extrañó de su viejo amigo, en absoluto, pero esas despedidas de su mujer, frías y metálicas, esa falta de amor en cada roce, cada palabra, ese no tengo ganas esta noche, cariño, mañana, las bragas que encontró hace unos días al entrar en casa, bajo el sofá... Y Félix siempre allí, con una mirada plácida, relajada, quizás con el pelo algo revuelto y algún botón mal encajado. Todo cobraba sentido. Ahora no debía pensar en eso, pues podía fastidiarse el salto, el magnífico vuelo que preparaba.
Repasó el cañón e hizo unos ajustes, tensando más el mecanismo, buscando que el salto fuese espectacular. La gente rugía fuera. Estaban a punto de anunciarlo. Pensaba en su mujer, en su amigo. Ahora andarían con los prolegómenos. Deseó llamarla y marcó los dígitos, pero nadie cogía el teléfono. Tal y como se temía. Fuera, anunciaban su número. Llegó el momento, y tuvo el impulso de no salir. Para qué, pensó, pero luego otra idea cruzó por sus ojos. Le dijo algo al oído al mecánico encargado del cañón, algo que le arrugó la cara a éste, pero terminó, de mala gana, por seguir su indicación.
Las gradas estaban llenas, no cabía ni un alfiler. Era su momento. Hizo una reverencia en forma de saludo y se introdujo en el cañón. Sonaba un redoble de timbales que iba ganando en volumen, y por los altavoces el jefe de pista también hablaba, pero él no oía nada. Sólo los gemidos de su mujer en la alfombra. Sólo la lencería cayendo al suelo, sólo la destrucción. 4, 3, 2...1 y el fantástico hombre bala salió despedido. Miles de ojos pendientes de ese vuelo. Subió y subió. El jefe de pista arrugó el entrecejo; el jefe del circo, sentado en primera fila con las autoridades, se tapó los ojos, y el locutor, callado hasta entonces, reacciona y arenga al público, pero el hombre bala ya ha roto la carpa del circo, ya sale despedido hacia la ciudad, hacia algún piso en el que un hombre y su mujer yacen exhaustos, ajenos al impacto que va a producirse de un momento a otro.

Antonio Luis Ginés (El fantástico hombre bala. El páramo, 2010)

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